Captura de pantalla de @Strambotic on Twitter 15 nov 2018 |
Mi padre era un hombre al que
se educó para no mostrar sus sentimientos. Tenía reglas básicas, trabajar,
trabajar y trabaja, y también vivir como mejor se pueda, con sentido de la
justicia pero sin hacer mucho ruido.
En mi memoria tengo grabada una
noche, a finales de los ochenta, después de cenar. No recuerdo haber visto
jamás a mi padre expresando tanta rabia y tristeza. Estaban poniendo “Los Santos Inocentes” en televisión.
Yo lo miraba a él más que a la
película, me dolía su dolor, un dolor antiguo que salía a borbotones de su boca
mientras le decía barbaridades a la pantalla del televisor donde aparecía aquel
señorito que se pavoneaba ante sus invitados de cómo había ayudado a aquellos
seres que no valían más que sus perros.
Fue impactante porque aquella
película le estaba contando su infancia y su juventud. Él identificaba las
situaciones, el dolor, la miseria, el despotismo, porque había vivido cosas muy
parecidas desde niño. Porque había vivido el tener que decir “ningún problema,
señorito, para eso estamos, para servirle”.
La “transición ejemplar” le (nos)
hizo creer que “los Santos Inocentes” eran historia pasada. Habíamos entrado en
un nuevo tiempo, donde habría oportunidades para todo el mundo, donde podríamos
vivir bien sin que “los señoritos” se aprovecharan de su dinero, estirpe,
contactos, amigos, posición, … Un nuevo tiempo en el que habría democracia y
los que tenían acceso al poder ya no podrían aprovecharse de la pobreza y la
necesidad de los que no tienen nada.
Mi padre se lo creyó durante
un tiempo, aunque poco a poco se iba dando cuenta de que era mentira.
Mi padre ya no está, pero “los
señoritos” siguen ahí.
Recuerdo su rabia y su
tristeza aquella noche ante el televisor, y la identifico en mí misma cada vez
que veo en las noticias que aparece un caso de corrupción, de enriquecimiento
ilícito o de favores que se hacen “por ser vos quien sois”.
Parece que esperan que les
digamos “Ningún problema, señorito”. Claro que no. No hay ningún problema. No
desde su punto de vista. Porque para ellos el paisaje no ha cambiado, sigue viviendo
en ese mundo.
Identifico esa rabia y ese
dolor en mi misma cuando veo gente que trabaja y no puede salir de la miseria.
¿Qué problema hay? Ningún problema señorito, aquí nos tiene para servirle, para
eso estamos. Aunque nuestras piernas estén rotas, aunque maten lo único que nos
provocaba una sonrisa, aunque nos traten como si fuéramos los épsilon de Un Mundo Feliz.
¿Qué problema hay … con lo del
valle de los caídos, con un presidente que dijo orgulloso en TV que la ley de
memoria histórica recibe 0€, con rescates millonarios a gestiones más que
cuestionables, con recortes constantes a la educación, a la sanidad, a la ley
de violencia de género, con políticos y entidades que afirman que es necesario
que el sueldo mínimo siga siendo miserable, con toda una retahíla de nombres y
entidades que nos roban, nos desprecian y nos tratan con desprecio? ¿Qué
problema hay? ¿Esperan que digamos: Ningún problema, señorito, aquí estamos
para servirle?
Y por ahí andan, con la
seguridad del que es dueño de la finca. Se sienten impunes, parecería que
pueden disponer como les venga en gana de lo que aquí hay. Y lo hacen, porque
para esa élite nada ha cambiado, lo hacen porque siguen pensando que los demás
ni siquiera tenemos estatus de personas, somos seres molestos pero necesarios,
somos sus perros, sus guardeses, su mano de obra barata; y por supuesto tienen
clara nuestra función “para servirle, que para eso estamos”.