viernes, 16 de noviembre de 2018

Los Santos Inocentes Reload

Captura de pantalla de @Strambotic on Twitter 15 nov 2018

Mi padre era un hombre al que se educó para no mostrar sus sentimientos. Tenía reglas básicas, trabajar, trabajar y trabaja, y también vivir como mejor se pueda, con sentido de la justicia pero sin hacer mucho ruido.

En mi memoria tengo grabada una noche, a finales de los ochenta, después de cenar. No recuerdo haber visto jamás a mi padre expresando tanta rabia y tristeza. Estaban poniendo “Los Santos Inocentes” en televisión.

Yo lo miraba a él más que a la película, me dolía su dolor, un dolor antiguo que salía a borbotones de su boca mientras le decía barbaridades a la pantalla del televisor donde aparecía aquel señorito que se pavoneaba ante sus invitados de cómo había ayudado a aquellos seres que no valían más que sus perros.

Fue impactante porque aquella película le estaba contando su infancia y su juventud. Él identificaba las situaciones, el dolor, la miseria, el despotismo, porque había vivido cosas muy parecidas desde niño. Porque había vivido el tener que decir “ningún problema, señorito, para eso estamos, para servirle”.

La “transición ejemplar” le (nos) hizo creer que “los Santos Inocentes” eran historia pasada. Habíamos entrado en un nuevo tiempo, donde habría oportunidades para todo el mundo, donde podríamos vivir bien sin que “los señoritos” se aprovecharan de su dinero, estirpe, contactos, amigos, posición, … Un nuevo tiempo en el que habría democracia y los que tenían acceso al poder ya no podrían aprovecharse de la pobreza y la necesidad de los que no tienen nada.

Mi padre se lo creyó durante un tiempo, aunque poco a poco se iba dando cuenta de que era mentira.

Mi padre ya no está, pero “los señoritos” siguen ahí.

Recuerdo su rabia y su tristeza aquella noche ante el televisor, y la identifico en mí misma cada vez que veo en las noticias que aparece un caso de corrupción, de enriquecimiento ilícito o de favores que se hacen “por ser vos quien sois”.

Parece que esperan que les digamos “Ningún problema, señorito”. Claro que no. No hay ningún problema. No desde su punto de vista. Porque para ellos el paisaje no ha cambiado, sigue viviendo en ese mundo.

Identifico esa rabia y ese dolor en mi misma cuando veo gente que trabaja y no puede salir de la miseria. ¿Qué problema hay? Ningún problema señorito, aquí nos tiene para servirle, para eso estamos. Aunque nuestras piernas estén rotas, aunque maten lo único que nos provocaba una sonrisa, aunque nos traten como si fuéramos los épsilon de Un Mundo Feliz.

¿Qué problema hay … con lo del valle de los caídos, con un presidente que dijo orgulloso en TV que la ley de memoria histórica recibe 0€, con rescates millonarios a gestiones más que cuestionables, con recortes constantes a la educación, a la sanidad, a la ley de violencia de género, con políticos y entidades que afirman que es necesario que el sueldo mínimo siga siendo miserable, con toda una retahíla de nombres y entidades que nos roban, nos desprecian y nos tratan con desprecio? ¿Qué problema hay? ¿Esperan que digamos: Ningún problema, señorito, aquí estamos para servirle?


Y por ahí andan, con la seguridad del que es dueño de la finca. Se sienten impunes, parecería que pueden disponer como les venga en gana de lo que aquí hay. Y lo hacen, porque para esa élite nada ha cambiado, lo hacen porque siguen pensando que los demás ni siquiera tenemos estatus de personas, somos seres molestos pero necesarios, somos sus perros, sus guardeses, su mano de obra barata; y por supuesto tienen clara nuestra función “para servirle, que para eso estamos”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario